Su madre era concerje de aquella vecindad en ruinas, llena de gente quejumbrosa que la miraba con aires de superioridad. Se sentían superiores , tal vez lo eran. Alguna vez me tocó presenciar cuando una de esas burgesas venidas a menos les decía a ella y a sus hermanos - De pobres y de criados nunca van a salir-.
Entre los molestos vecinos se encontraba Doña Ofelia, o "La de los gatos" como todos la llamaban. El apodo era obviamente por la ridícula cantidad de felinos que la susodicha poseía, algunos dicen que eran veinte , la mayoría votaba por que eran treinta, yo pienso que eran más de cien, al menos era lo que el fétido olor de su apartamento dejába pensar. Dicen que" la de los gatos" dominaba el idioma de Shakespeare y sabía tocar el piano. Aunque estoy segura que, de haber sido cierto, ninguna de esas dos cosas le apasionaban tanto como sus mininos.
Doña Ofelia amaba tanto a sus gatos que los trataba como a sus propios hijos, no se despegaba de ellos ni un segundo, gastaba más en comida para los felinos que para ella misma. Diariamente les mandaba comprar varios kilos de vísceras de pollo.
Y a ella que le hastiaba la pobreza , las burlas y no tener ni un centavo para la entrada del cine que estaba en la esquina, se le ocurrió ofrecerle sus servicios a Doña Ofelia. El convenio era que ella iría al mercado todos los días por el sustento de los mininos y a cambio recibiría una cierta cantidad de dinero.
Ya estaba ella haciendo las cuentas, pensaba cuántas cosas compraría, se contemplaba los domingos desde las nueve de la mañana en las butacas del Javier Solís difrutando de la matinée.
Llego el día acordado para empezar con lo de los encargos, ella tocó la puerta, no hubo respuesta, solo los gatos y sus maullidos. A punto estuvo de dar la media vuelta y marcharse a su casa , ahora despúes de tantos años coincidimos en que eso hubiera sido lo mejor, pero no lo hizo se quedo y de pronto la puerta se abrió y la de los gatos la invitó a pasar. Estaba obscuro y entre las penumbras ella solo podía escuchar a los gatos, le era imposible verlos así como también le sería imposible percatarse de la conspiracion que estos planeaban en contra de ella.
Doña Ofelia le dijo que la esperara ahí, que no se tardaba ni un minutito, solo iba a su cuarto a buscar el dinero para las vísceras . Y así fué , todo pasó en menos de un minuto. Tan pronto como la de los gatos se internó por el pasillo que conduce hacia su cuarto, los gatos, los ciento treinta y tantos gatos se le fueron encima, le rasguñaron la cara, la mordieron, se deleitaron causándole el mayor daño y dolor posible. Ella que no estaba en condiciones de defenderse solo se cubrió inútilmente y se quedó ahí sintiendo como las garras provistas de uñas corvas, fuertes y agudas rasgaban su ropa y penetraban su piel.
No sé como la sacaron de ahí, no sé en cuanto tiempo sanaron sus cicatrices, solo sé que desde entonces ella no puede ver a ningun gato sin taparse la cara, sin ponerse a temblar, sin quedarse inmóvil al borde del llanto, sudando frío.
Muchos años después, me contó esta historia. Desde entonces odio a los gatos, el solo verlos me despierta una mescolanza ridícula de sentimientos entre los que incluyo asco, odio, repulsión, miedo y rencor. Sentimientos que ahora me he encargado de inculcarle a mis hijos, ellos al igual que yo no pueden ver un gato sin sentir ese mismo rencor que siento yo, ese descomunal repudio hacia los seres que alguna vez osaron atacar y marcar de por vida a la mamá de su mamá.
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 45-48
Hace 4 horas.
3 comentarios:
Tonteria mas grande, esa historia lo unico que hace es aumentar ams el odio a estos pobres animales... lo mismo le podria pasar con un perro asi es que...
Hay que amar a todos los animales sin excepcion ninguna, ya que forman parte de la naturaleza y nosotros de ella.
Just for the record:
Anónimo, no pretendo aumentar el odio hacia este o ningún otro animal, solo doy mis razones para "odiar" a estos animales, la gente que me conoce sabe que no soy capaz de matar ni a una mosca, por muy cliché que esto pueda sonar. Soy vegetariana estricta (casi vegan) lo cual creo que deja muy claro que lo que menos quiero es afectar a cualquier clase de animal.
Yo tengo dos. Pero juro que son muy calladitos, limpios y se contentan si los dejas asomarse por las tardes al balcón.
También juro que la casa no huele a gato.
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